Por Lianet Cruz Pareta
Tokio, 5 may (Prensa Latina) En Japón, tierra de budas, leones y dragones, una de las estatuas más famosas pertenece a un perro llamado Hachiko.
Situada a pocos metros del cruce de Shibuya, en la urbe capitalina, el monumento de bronce acapara la atención de miles de transeúntes. Todos quieren inmortalizar el momento junto al popular Hachiko, símbolo de fidelidad para los japoneses.
Donde hoy se ubica el parque homónimo, el can de la raza Akita esperaba todos los días a su dueño, Hidesaburo Ueno, quien regresaba en tren desde su trabajo.
Los pasajeros, comerciantes y empleados de la estación de Shibuya atestiguaron la constancia del animal, incluso cuando Ueno sufrió un infarto cerebral durante una de sus clases en la Universidad de Tokio y nunca volvió a casa.
Después del fatal suceso, Hachiko esperó en el mismo sitio por casi una década. Su proeza conmovió a la población nipona, la cual siguió el tema gracias a la prensa de la época. Las contribuciones llegaron de todas partes y en 1934 se erigió la primera estatua dedicada a la devoción del akita.
Un año después, el «perro fiel» como lo apodaron los japoneses murió en Shibuya, con la esperanza de ver a su entrañable compañero. Su velorio tuvo una amplia cobertura mediática, acontecido en la propia estación de trenes, con la presencia de la esposa del fallecido profesor Ueno.
En medio de la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés necesitaba bronce para fabricar sus armas y exigió la fundición de la estatua de Hachiko, esculpida por Teru Ando. En 1948, Takeshi Ando, hijo del creador original, colocó una segunda versión de la obra de su padre.
El Museo Nacional de Ciencias y Naturaleza de Japón exhibe hoy el cuerpo disecado del icónico perro, cuya hazaña inspiró a cineastas nacionales y foráneos. También devino nicho de mercado para el márquetin, pues la figura de Hachiko aparece en camisetas, mochilas, peluches y otros disímiles tipos de souvenirs.
Quienes asumen como exótica o lejana la historia de Hachiko, quizás sientan emociones sinceras en el cementerio de Aoyama. En este camposanto, no exento de turistas curiosos, descansan los restos del perro junto a su familia humana.
La pequeña tumba emana cierta ternura y el visitante sonríe, porque a la izquierda de Ueno está Hachiko, juntos otra vez y para siempre.